El cristianismo hizo suyas muchas de las fiestas paganas o laicas allá donde se impuso y puso bajo la advocación de los santos aquellos rituales que se venían celebrando ya con anterioridad. Así ocurrió con las relacionadas con el fuego: Navidad o San Antón para el solsticio de Invierno, San José para el equinoccio de primavera y San Juan para la noche del solsticio veraniego.
Previamente era necesario recoger la leña, que se recogía por las casas o bien eran los vecinos quienes se encargaban de subir a cortarla al monte. Una vez encendidas, eran el centro de reunión de los vecinos y a su alrededor se cantaba o se bailaba en corro, se asaban patatas o embutidos, y se saltaba sobre ellas.
El prolífico investigador Arcadio de Larrea relataba de esta manera algunas costumbres recogidas por él mismo en la comarca de Belchite y relativas a la celebración de esta fiesta:
Cantaban esas coplas que se han transcrito y otras obscenas. Los hombres evitaban topar con ellas porque les hacían objeto de burlas y obscenidades.
Al amanecer se juntaban a tomar chocolate y con él embadurnaban a todo el que topaban (esta costumbre se conserva todavía en el barrio de San Juan de Belchite).
También esta noche, a las doce echaban el huevo en el agua, iban a ver la rueda de Santa Catalina al salir el sol, se lavaban, ponían las doce hojas de cebolla con sal para adivinar los meses de lluvia y cogían malvas y cardos para medicina.
Existen otras tradiciones asociadas a las celebraciones de San Juan, o Sanjuanadas, algunas de las cuales aparecen mencionadas en el texto anterior: el baile, la chocolatada, las costillas asadas, las enramadas, el baño sanador en el río al amanecer, baño que cura las enfermedades, o las plantas que, cogidas en la noche de San Juan, presentan numerosas propiedades mágicas.
Reminiscencia de esta última creencia es el refrán “el que coja la verbena la mañana de San Juan, no le picará culebra ni bicho que le haga mal”.
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